jueves, 24 de octubre de 2013

La manzana y el humano

¿Cómo es posible que creaciones de dos reinos diferentes, el Reino Vegetal y el Reino Animal, calcen tan perfecto?, ¿cómo es posible que la manzana tenga el tamaño justo, la apariencia correcta, la consistencia adecuada, sabor y olor agradables para satisfacer una necesidad, deseo, animal?.  Bien, pudiera la manzana crecer en la copa de grandes árboles espinosos,  en el clima agreste de las montañas, tener una piel dura, un color desteñido y un sabor y olor desagradable, pero no, ahí está al alcance de la mano, un regalito para los sentidos. 

No cabe más que imaginar la evolución de las especies como una danza de materia en manos del alfarero. Pero, ¿quién es el Alfarero?.  

Nos pasamos la vida buscando al Creador afuera, pero sólo si nos detenemos y observamos en nuestro interior encontramos la respuesta, nuestra divinidad, y al encontrarla lo vemos en todas partes. Cuando todo interactúa, los sutiles roces van dejando huella generación tras generación. El espíritu más fuerte plasma su intención en el espíritu más débil, hasta moldearlo a su antojo. 

Así, llegamos a un punto en que todo es perfecto y sin embargo tenemos la sensación de que algo no va bien, que es una pantalla, que algo sufre dentro de nosotros, algo clama libertad. 

Es esa dualidad, la oscuridad de lo tangible y la luz de lo intangible, una guerra de superación. Es plantearse querer seguir en este plano de realidad mundano, adormecido por los sentidos, o querer crecer, mirar hacia adentro y pedir salir del cuento de hadas que nosotros mismos hemos creado. 

 

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