Hoy tocaron a mi puerta. Era un hombre que preguntaba por el
anterior dueño, le dije que ellos ya no vivían aquí. Entonces, me dijo si le
podía ayudar con dinero o comida, que era esquizofrénico y me mostró su brazo.
Me asusté, pues vi un brazo lleno de cortes desde la muñeca al codo. Le dije
que me esperara, cerré el portón y rápidamente tomé lo primero que encontré en
la cocina: “un tomate” de mi huerta. Abrí el portón, su semblante ya estaba
irritado, le di el tomate, me dio las gracias y se fue.
En ese instante me di cuenta que ese tomate no era un tomate
cualquiera, era un tomate que había nacido de una semilla que yo misma había
recolectado, sembrado, regado, entutorado, y un largo etc., hasta que salió ese
tomate, de un tamaño tal que calzaba en mi mano, un tomate ”del tamaño del corazón”.
Pensándolo bien, muchas de las cosas a nuestro alrededor tienen el
tamaño de un corazón, cosas imperceptibles: un botón bien cosido en la ropa,
unos guantes tejidos, la pizca de sal correcta en la comida, etc., en realidad todo, ¡TODO!,
sólo que no somos conscientes de aquello, o nos duele demasiado el darnos cuenta…
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