“Cúanto me amas?”,
preguntó una casi imperceptible y dulce voz desde la habitación contigua. Y aquel
Rey que lo poseía todo, le dijo: “no puedo vivir sin ti”. El infranqueable
muro hizo al Rey despojarse de todas sus joyas, buscando fórmulas para traspasarla.
Al final, arrodillado frente al muro, sin nada en las manos, sediento y vestido
de dolor, comprendió que los opuestos se reconocen y el muro simplemente en su
cabeza desapareció.
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