La armadura plateada del mar
es impenetrable a mis rasguños,
un dolor insoportable me envuelve,
retumba en mí un sonido agudo.
La piel suave viste a la carne,
la carne reviste al hueso duro,
sé que estás ahí, te busco,
mas eres invisible en este mundo.
¡Ay! cómo molestan las palabras,
me deshago de ellas, me desnudo,
y aún así, esencia contra esencia,
sólo doy golpes contra un muro.
Encomendado a devorarlo todo,
agonizar con los sentidos reventados,
reducirse a un vómito de células parlantes,
terminar inevitablemente derrumbado.
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