¿Qué es el amor sino una moneda
que ruega girar sempiterna en el aire?
¿cómo expresar la dicha a sabiendas que va a acabar?
¿cómo expresar el dolor por la dicha de los abrazos que no volverán?
Los colores derramados en ese cuadro son un párvulo juego
frente a la descarnada guerra de la dualidad,
pues cuando la moneda cae
una estampida de dioses sale a celebrar,
zarandean jubilosos el corazón del principiante
que no supo un inocente suspiro controlar.
Disfrazados de marionetas
la raza de serpientes es condenada
al veneno de su bífida lengua
y en su agonía piden alas, ¡alas!,
para no quedarse en el barro
enmohecido con los agrios fluidos
de sus antepasados inconscientes.
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