(“conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”, San Juan 8:32)
Llevo un tiempo pensando en cómo plasmar una experiencia personal que hace unos meses atrás me aconteció. Trataré de ser lo más objetiva posible y a la par dejar zanjadas las interrogantes, en la medida que mis conocimientos me lo permitan:
Antes que todo, me gustaría que tuvieran presente algo que a mí
personalmente aún me toma trabajo comprender, pero es lo más fiel en cómo debe
interpretarse el mundo: todo aquello que a Uds. les pasa externamente es un
reflejo de Uds. mismos, aquel proceso también es interno, no hay absolutamente
nada ajeno, todo es un espejo, todo el cosmos está dentro de Uds. mismos, una
especie de uróboros.
De esta forma, las analogías son nuestro mejor aliado a la hora de comprendernos, los procesos del macrocosmos son equivalentes a nuestros procesos internos, en nuestro microcosmos. Sin embargo, hay que ser en extremo cuidadoso, saber separar el trigo de la paja, lo verdadero de lo fantasioso.
También, antes de dar paso al relato en cuestión, quisiera mencionar
que así como existen sensaciones con las que uno se conecta con el mundo
externo, las sensaciones que reportan nuestros sentidos, también hay sensaciones
internas alejadas de todo tipo de vínculo con la materia, son sensaciones
complejas, elevadas, difíciles de transmitir en palabras, pues al utilizarlas
debemos mediar con algo tangible para hacerlas comprensibles, lamentablemente
esa traducción hace perder una parte importante del concepto en sí. Existe un
mundo interno tan rico como el externo, existe un sentido para descubrirlo, sin
embargo la sociedad occidental no nos da las herramientas para despertarlo.
Estaba un día tratando de saber exactamente quién era yo y empecé a quítarme
las capas: sé que no soy mi cuerpo, es algo como pegado a mí, funciona solo, la
respiración, su alimentación, entra y sale la materia según “él” lo requiera.
Sé que no soy mi pensamiento, pues comprendí la marcada influencia que me
dejaron los largos años de educación estatal, dudo incluso de algún pensamiento
propio, siento que alguien más ya lo pensó, alguien en alguna parte del planeta
“lo bajó del cielo” antes que yo. Sé que no soy mis emociones, ni mis deseos,
ellos parecieran dominarme, lloro o río según la ocasión, es una especie de
ente que se posesiona de mi cuerpo por aquel instante en una especie de catarsis.
De pronto me vi sin forma, como un espíritu que vivifica, tanto lo
material como lo inmaterial de mi “personalidad”, aun así sabía que tampoco
aquello me representaba. Y así me la pasé todo el día y me fui con aquella duda
a la cama, a dormir.
En algún momento de esa noche, sin que mediara ningún sueño, abrí
repentinamente los ojos con el siguiente pensamiento en mi mente: “¡soy mi alma!”,
inmediatamente cierro los ojos, como quien siente alivio al encontrar la
respuesta a un intrincado problema existencial, y simultáneamente ocurren dos
complejas sensaciones internas: primero, siento en mi pecho una especie de
fusión, la sensación que experimentaría un trozo de mantequilla derritiéndose
en una sartén y segundo: el sonido de un trueno, agudo, cortante como el mismo relámpago,
el sonido me arrebata, me lleva de viaje, siento la vibración del viaje en todo
mi cuerpo.
Aún permanezco con los ojos cerrados, la sensación de viaje es tan
poderosa que se vuelve en extremo compleja, pues a la par que siento que viajo
a los confines más recónditos del Universo, al centro mismo del Cosmos, también
siento que el lugar es en extremo cercano, muy muy cerca. De pronto el trueno
cesa y siento que estoy dentro de una cámara, la oscuridad misma y el silencio
absoluto se funden en una sola sensación, no se escucha nada, ni respiración ni
latir de corazón, nada, la cámara es hermética, sin embargo en aquella
habitación me sé que sólo estoy yo. Es tan inesperado todo, tan rápido, que no
atino a cómo reaccionar, así que sólo estoy atenta, a la espera que alguien
entre.
No puedo decirles cuánto tiempo transcurrió, nada había de referencia
para tener una idea del tiempo. En eso estaba, expectante, a la espera, cuando
nuevamente aquel trueno me arrebata de aquella cámara, otra vez de viaje, la
misma sensación. Cuando cesa el sonido, escucho mi respiración, me sé de nuevo
acostada en mi cama, abro los ojos y reconozco mi habitación, afuera aun es de
noche y silencioso.
Ahora recapacitando, comprendo mi error, mi error fue esperar. Todo
aquel día Minerva estuvo guiando mis pasos con los cuestionamientos, de pronto me
sentía fuerte como Hércules a paso seguro de quien se sabe que hace lo
correcto, con determinación, sólo era necesario ese último paso y en eso hace
su aparición Mercurio, con aquel sonido de viaje cósmico, quien me arrebata
hasta guiarme a esa cámara. Sí, el error fue esperar y adoptar la forma cúbica
de aquella cámara, cuando en realidad debí yo forzarla a adoptar mi forma, mi
forma de pureza incorruptible, la que contiene a todas las demás formas, la de
una esfera.
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