Ayer tuve una experiencia con el silencio que me gustaría
compartir:
Desperté de madrugada y estaba silencioso, como nunca pude percibir
que no había ruido de autos, ni hablar de personas, ni canto de pájaros, nada,
estaba todo quieto. Aproveché ese momento, no para concentrarme en volver a
dormir, sino que “forcé” de una manera sutil, tratar de acercarme a ese
silencio, pero no contactar al silencio exterior, sino que acercarme a ese
silencio interior.
Cerré los ojos y a medida que me aproximaba lentamente al
silencio, noté que en cierta forma, por así decirlo, me encapsulaba, que mi
cuerpo se cerraba al exterior, que no existía nada más que sólo yo. De pronto,
empecé a notar que me disolvía internamente, en el sentido de que perdía
gravedad, por así llamarlo, que me volvía una levedad, pude percibirme en la
sensación de ser como una “nube”, así etérea.
Así permanecí por unos instantes,
hasta que mi consciencia volvió en sí y hubo una cierta “desesperación” por
volver a percibir mi corporeidad. Así el regreso igualmente fue lento, de apoco
sentí como volvía a tener peso y luego a sentir el contacto con la cama y el
peso de las sábanas. Una vez que me sentí incorporada volví a abrir los ojos.
Después simplemente me volvía a dormir.
Y sí, es cierto aquello que: el grito más desesperado por libertad es el silencio.
Y sí, es cierto aquello que: el grito más desesperado por libertad es el silencio.
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