La hora de
la cena siempre fue un festín
afuera el
mar se deleita engullendo al sol
adentro se saborean
los colores del ocaso
a través del
cristal roto
con el deseo
de música
siempre en
aumento
la marea sube
atrapa otra
vez
sale
entonces el poeta
con su
corona de piedras preciosas
a denunciar
las armonías del silencio
a iluminar
una a una
las
habitaciones del intrépido barco
que surca
las aguas nocturnas
se celebra
en grande
que la tela
del mástil mayor
se raje de
norte a sur
alimenta
ahora la rima sincopada
de las
estrellas de Orión
dulce coro
de voces de violines
un viaje idílico
en compañía
de la exhalación
tibia del mar
y los labios
cerrados siempre
besando ininterrumpídamente
al aire
que en cada
surco se contonea
desnudo
en silencio
fue así que se
acostumbró
a escuchar
su propia respiración
antes de dormir:
el Paraíso le
parece
realmente
tan
cercano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario