miércoles, 11 de junio de 2014

Ave

Pegado al muro hay un aloe vera que ha dado su primera flor, extendiéndola hasta la ventana. Ahí estaba yo, adentro de la casa, mirando hacia el patio pero con mi atención puesta en el gato que dormía como un angelito en ese día de sol. Y lo que sigue duró menos de medio segundo, por el rabo del ojo vi esto:



Un color rojo fulgurante vibrando a la velocidad de los mensajes celestiales, ¡un colibrí! a un palmo de mano de mi rostro, aquel rubí ardía placenteramente en el intrincado ángulo de mi pupila, pude percibir su compleja textura con detalle al instante. Fue todo tan rápido, que el sonido de su aleteo viajaba más lento y no alcanzó a hacerme cosquillas en el oído. Giré la cabeza y un pitido redoblado dibujó un punto en el horizonte, se fue hecho flecha, típico acto de desaparición de las hadas.


Hoy no puedo estar más de acuerdo con Pablo Neruda: “El colibrí guardó las chispas originales del relámpago y sus minúsculas hogueras ardían en el aire inmóvil”.








 

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