viernes, 13 de junio de 2014

Ecos en el espejo



Hoy es viernes 13 de luna llena y ha transcurrido una luna desde que mi abuela partió; fui la primera nieta, de su primera hija.


Yo tenía una conexión con mi abuela que va más allá de lo estrictamente genético, era más bien una especie de espejo en la que mutuamente nos veíamos, yo me veía en ella y quizás ella se veía en mí. No se puede explicar, porque si bien el concepto en sí al parecer ahí estaba, era, algo, una forma imposible de encerrar en una palabra. Sin embargo, lo más cercano a lo que quiero trasmitir es la “LUNA”, silenciosa, irremplazable, vital, misteriosa, esa presencia de luminosidad perfecta en el inconmensurable pozo de oscuridad que cubre nuestras cabezas.
















Mi abuela era una mujer de pocas palabras, así que todo en ella era gestos y su último mensaje quedó escrito en su rostro, decía: “PAZ”. Aquello que en esos momentos yo tocaba, un cuerpo que aún conservaba su calidez, no era ella, eso era una crisálida, una envoltura, una tela tan oscura que tapaba la magnificencia de todos sus colores. Así, que me la imaginé saliendo por la ventana de aquella habitación como una mariposa, libre al fin de su condena; se fue más hermosa de cómo llegó a este mundo, pues a pesar de todos los inviernos, dolores y soledades que quedaron silenciados en su garganta, pudo resistir hasta el final, de pie, como lo hacen los capitanes de los barcos que sortean las tempestades, hasta que se hunden junto a su navío y aquel acto los glorifica.






















En estos días he pensado en el peso de las palabras, tan insignificantes a nuestro entendimiento racional, pero en sí pareciera que ellas, en un plano que no comprendemos, al ser pronunciadas perforan una superficie que penetra nuestro inconsciente, inclusive más allá, como creando pequeñas estrellas en el cielo, destellos de luminosidad.


Todo cuanto les diga les parecerá cuento, pero los nombres de los lugares y acontecimientos son verídicos, es sólo una parte de la conexión invisible con mi abuela que se pude traducir en palabras:


Nací luego de una luna llena de diciembre (después de una festividad: Navidad), el nombre de mi ciudad natal significa “cielo tronador”, el hospital en el que nací se llamaba “Las Higueras”, viví en una población llamada “Libertad”.


Mi abuela vivía en un campo en absoluta libertad, en la ladera del cerro había una higuera en la que me subía y desde ahí venía a mi abuela caminar cerro abajo y luego cerro arriba cargando un balde con agua (como si fuera una nube), el nombre del campo de mi abuela significa “aguas rojas”, mi abuela murió luego de una luna llena de mayo (después de una festividad: Wesak).


Tuve que cruzar un río y hoy vivo en un lugar que se llama “San Pedro de la Paz”.




















Así que estimado lector, la próxima vez que sienta una conexión con alguna persona reflexione en las palabras que le unen a ella. Las palabras son una especie de velo, algo que Ud. externamente ve, pero a la vez ocultan algo; lo oculto tiene una doble cara también, pero siga buscando. Todas las cosas conocidas poseen un nombre y eso es un velo, una especie de burka, comprendida por aquellos que conocen su correcto significado e incomprendida por los faltos de entendimiento. Siga buscando, como si quisiera encontrar un tesoro en las profundidades del mar,  pues esas insignificantes palabras que nos fueron legadas y hermosamente hiladas para su pronunciación, son más luminosas de lo que Ud. se imagina.


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