martes, 13 de enero de 2015

Asunta

El calor de aquel verano hizo que los pies de la Virgen, de la Iglesia San Agustín, se despegaran milagrosamente. Entonces, María decidió caminar hacia el centro. En aquel trajín: un hombre le dijo que no tenía tiempo para lecturas de mano; una joven vio caer el manto de la santa, se lo ciñó a la cintura y arrancó; una señora le increpó su anticuada ropa y el bebé se puso a llorar. Fue al llegar a la plaza que una indigente la reconoció, cuando se les acercó, el infante cesó su llanto y sonrió, se fueron volando al cielo.


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