Llevaba un buen tiempo sin saber nada de su amiga, casi un
año. Un día, decidió pasar de sorpresa por su casa. Al verla, la recibió de
manera acogedora, como si se hubiesen visto ayer. Conversaron brevemente, pues
debía regresar al trabajo. Le preguntó por sus hijas y le dijo que estaban en
el segundo piso. Antes de despedirse quiso ver a las niñas. Subió, vio a la más
pequeña, le dio un beso y un fuerte abrazo. Y luego, ocurrió lo inverosímil, lo
inimaginable.
Cuando se iba acercando la otra niña, la mayor, de 10 años, reconoció
su caminar, su pelo, el tono de su piel, pero su rostro era diferente, su nariz
y labios eran ligeramente más finos, sus pómulos más prominentes, su frente un
poco más estrecha y sus ojos, a pesar de ser del mismo color, le parecieron un
mundo de diferencia. Su amiga le preguntó a aquella niña: ¿te acuerdas de
ella?, entonces la niña le miró, le llamó por su nombre y le abrazó. Quedó
atónita con el espectáculo, ¡si esa era otra niña!, pero todos actuaban como si
se tratase de la verdadera, ella misma creía ser la otra. Reconoció sutilezas donde
forzaba su comportamiento para parecerse a la verdadera niña. Se quedó sin habla,
no sabía qué decir, era obvio que era otra niña y todos actuaban.
Al bajar, se sintió débil, palideció, se comportó como una
autómata al despedirse, mientras todos sonreían. Finalmente, fuera de esa casa,
pensó acudir a la policía, pero luego desistió, ¡no le creerían!; era obvio que
una mentira de tal envergadura tenía un trabajo meticuloso desde adentro. Hoy
en día todo está sistematizado, las huellas dactilares se pueden cambiar si se
cuenta con alguien que tenga acceso al archivo de datos, cualquier registro es
posible adulterarlo desde la fuente, se cambia y listo. El funcionario de turno
sólo iría a corroborar con aquellos datos, y ella quedaría como una demente.
Decidió, entonces, nunca más volver a verles.
De pronto comprendió lo fácil que es suplantar a alguien,
simplemente te apropias de un patrón de actitudes, sigues aquella tendencia y te
conviertes en aquella persona, nadie notará el cambio. Además, actuar es de lo
más fácil, todo el tiempo estamos actuando, actuamos según el interlocutor al
frente: como hija, esposa, amiga, madre, profesional, nos ajustamos a los
patrones preestablecidos para tener interacción con el otro.
Ponerse un traje y actuar de acuerdo a él es una tarea muy
simple, nadie se preocupa por quién está detrás del disfraz, los disfraces
interactúan entre ellos.
Ahora ya de noche, en su cama, lista para dormir, ni ella
misma tiene la certeza que mañana al despertar su identidad le sea usurpada, no
hay forma de saberlo, jamás lo habrá.
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