En la antigüedad, para liberar un bloque
de mármol de sus fragmentos defectuosos, éste se dejaba caer cerro abajo y, con
la pieza resultante, el escultor trabajaba en su forma. Eso fue en una edad de
piedra ya olvidada. Hoy en día, las personas caminan raudas por el centro de
la ciudad, chocan entre ellas y no sienten el menor chasquido. A veces, desde
una esquina interna de alguna de las galerías, una varita mágica inyecta
armonía al aire, las moléculas se ordenan y dejan de colisionar. El ruidoso
caos se silencia, se ha dado paso a la música de cuerdas.
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